lunes, 15 de noviembre de 2010

CUENTO

EL HERMANO MAYOR

Por: Nancy Edith Rivera H.
Había llegado al mediodía, tres horas de viaje, en todo este tiempo los recuerdos le venían a la mente como si fuera ayer. Alisten los caballos bajen para que suba el negro con sus hijos  la china también ha llegado  que bajen también los burros. El recuerdo de su tío: su hospitalidad, su generosidad con la familia, las reuniones familiares; recuerdos de infancia, cuando viajaba con sus padres y hermanitos. Todo era tan cercano y lejano a la vez. Margarita su esposa nos recibía con una sonrisa y los brazos abiertos ya el almuerzo está listo. Sobre la mesa estaban tendidas las papas y una vasija de rocoto molido con cebolla y queso, los platos humeantes donde se distinguía un trozo enorme de carne, era el puchero más sabroso que había probado. Las lágrimas cayeron por sus mejillas, tantos años habían pasado. Y en que circunstancias ahora regresaba a ese pueblo de infancia.
Su tío Waltoni, como le llamaban, era el mayor de todos; fuerte y enérgico como suelen ser los hombres de campo; a quien se le encargó la protección de su madre cuando partió el abuelo. Siempre se sentaba a la derecha de su padre y continuaban en el círculo sus siete hermanos, hermanas, cuñadas, sobrinos y sobrinas y de vez en cuando algún invitado. Todos habían llegado hasta su casa en Allauca1, por hermosas montañas, verdes chacras con hileras de maíz y habas; el agua caía de los riachuelos como diminutas cataratas que se pierden por la tierra fértil.  Todos estaban allí, con cintas, confites y caramelos para realizar la fiesta de las reses. Él, el mayor de todos, contaba sus anécdotas, sus logros en el campo, siempre palabras de optimismo, con su voz pausada y firme, provocando miradas de admiración en los niños. Sube cholo al caballo, había de decir a uno de sus sobrinos que miraba sorprendido y maravillado a los alazanes, y en su rostro de hermano mayor se mostraba un gesto de orgullo al ver a quien representaba la continuidad de su familia, no va a pasar nada aquí vamos para que conozcas las reses y las chacras de tu abuelo.
En las tardes, mi tío, se perdía  a lo lejos   montado en su caballo Moro, con una hermosa montura que le había regalado su padre. Regresaba dos horas después, con su sombrero de paño negro y de alas breves, cansado, acompañado de jóvenes jinetes que le ayudaban en su labor de esas tardes: traer a las reses desde donde pastaban hasta sus corrales.
Durante las Fiestas Patrias, cuando llegaba a Matucana2 con su mamá y sus hermanitos, veían en las calles unos afiches con el título de “Gran Corrida de Toros”. -¡Miren allí está el nombre de tu tío! Les decía su madre señalando el afiche. ¿Dónde en ese aviso?  Sí, son los toros de tu tío, van a traer a los más bravos. ¿Cómo los traen mamá? Ya ellos saben.
El día de La gran fiesta, las calles estaban llenas de gente que esperaban ver a los bravos bajar de las alturas. Todos  buscaban ingresar a la plaza para evitar algún accidente; otros, avanzaban en columnas hacia el cerro, para ver mejor el espectáculo o ahorrarse el pago de la entrada. En la plaza, la concurrencia se acomodaba buscando la mejor ubicación, los vendedores iban y venían, los niños se sujetaban de sus mamás, los señores levantaban sus sombreros en señal de saludo, los enamorados cruzaban miradas cómplices, los borrachos caminaban de un lado a otro balbuceando algunas frases incomprensibles.
De pronto, se escuchaban los aplausos, los toros ingresaban a la plaza e inmediatamente avanzaban hasta el corralón como si supieran la rutina. Los niños se quedaban obnubilados viendo el espectáculo. Pobres toritos que pasará con ellos los van a matar que bonito es ese. A lo lejos se escuchaba las notas musicales de la banda de Sunicancha3 acompañada de gritos de ¡ole!, ¡ole! La diversión estaba por comenzar.
Así como esas tardes de agosto, Eriberto partió  montado en su caballo Moro, descendiente  de aquel alazán que le había acompañado en sus años mozos. Hace poco había lidiado con otros corceles en la famosa carrera de San Juan de Iris4. Él, el mayor de todos, se perdió en el camino ondulante de Allauca a realizar la labor de todas las tardes, con su sombrero de paño negro y de alas breves. Una vaquilla se había desviado del camino, picó al caballo, éste galopó recordando su gloriosa competencia. Él ya no era aquel mozo de aquellas  tardes de agosto, cayó del caballo, ante la mirada atónita de un pastorcito que pasaba por allí con sus ovejas.
Ella  miró el paisaje de Lima que dejaba: el cielo gris, la calle triste, peatones que    iban y venían presurosos en llegar a su destino, conductores irascibles, vendedores  ofreciendo tunas y manzanas. Era domingo 27 de junio, un día antes había recibido la noticia, había llorado mucho. Comprendió la fugacidad de la vida, hacía dos años que había partido su abuela, la de generosa sonrisa. Suspiró profundamente y su mirada se perdió en el horizonte.
                                                                  
1 Allauca: anexo del distrito de Matucana, provincia de Huarochirí.
2 Matucana: Capital de la provincia de Huarochirí.
3 Sunicancha: Banda Sinfónica Sunicancha – Huarochirí.
4 San Juan de Iris: Distrito de la provincia de Huarochirí.



                                                                                                                  

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